Este año el río Girona se ha convertido, de una manera efímera y extraordinaria, en un hermoso ecosistema en el que la belleza, la calma y la vida se han dado la mano en cualquier estación y en cualquiera de sus pequeños y sinuosos recodos.
Durante los atardeceres de invierno las siluetas de los árboles que crecen en unas de sus orillas se reflejaban en el agua, creando, con los últimos rayos de sol, un insólito y mágico juego de espejos.
En primavera brotaron masas de algas brillantes y verdes, como largas cabelleras de lamias en las que las primeras golondrinas encontraron un alimento exquisito e inesperado. Pero ha sido ahora, este verano, cuando un sinfín de aves acuáticas ha venido a instalarse entre nosotros. Garzas reales, zapatitos amarillos, chorlitejos, gallinetas, fochas, ánades, cigüeñuelas, tórtolas, lavanderas… Incluso una tarde una garza imperial, rojiza y vulnerable se estuvo paseando entre las cañas… Todas ellas han sido como las estrellas fugaces, difíciles de ver pero que generan una infantil alegría cuando uno consigue descubrirlas.
Los pequeños remansos del río han empezado a desaparecer y con ellos desaparecerán las aves que hoy lo pueblan pero quizá este otoño vuelva a llover y, nuestro pequeño río, si sabemos cuidarlo, se llene otra vez de vida.
Además, para quien disfrute de la observación de la naturaleza y especialmente de las aves, me gustaría recomendar dos novelas, Los pájaros,el arte y la vida de Kyo Maclear y Las aguas tranquilas del Una de Faruk Sehic.
- Garza Imperial (Ardea purpurea). Wikimedia
Amparo ST